Un libro por Navidad
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Llega la Navidad, ese periodo del año que marca el final de un tiempo que se va, pero también un nuevo comienzo. Para algunos es un tiempo de fiestas, para otros es un ritual mágico en forma de solsticio de invierno, para algunos no representa nada anormal y para otros es este un tiempo de reafirmar sus profundas creencias y de celebrar el nacimiento de una nueva esperanza. Con ellas o sin ellas, en muchos lugares del mundo y desde el abanico multicolor de nuestra diversidad pero desde el VALOR de nuestra propia individualidad, recordamos entre el cariño y la nostalgia a los que ya no están con nosotros y cogemos carrerilla para coger fuertemente su testigo y seguir disfrutando de la vida, ese bien que nos une y nos iguala como personas. Quizás por ello, volver a estas tradiciones navideñas nos conecta con lo mejor que tenemos y con lo que no olvidamos. De alguna forma, la Biblioteca es algo así: un lugar lleno de tesoros recopilados del saber y del conocimiento del pasado, y que va conformando lo que somos con un poco de luz para alumbrar el camino que seguimos construyendo. Es bonito leer en Navidad y contar cuentos a los más pequeños. Un año más, y en recuerdo de nuestro amigo y compañero José Antonio Sánchez Suárez (Siqui), les hacemos llegar nuestro Jólabókaflód navideño, su último deseo, que ya forma parte de las tradiciones de la Biblioteca del Campus del Obelisco, y de todos los que le queremos y recordamos con agradecimiento y amor eterno. Hasta Dunia, nuestra niña de ojos preciosos, sonreirá desde el cielo, a pesar de lo "cabroncete" que fue con ella. Hoy leeremos un extracto de Gabriela Mistral de su obra "Páginas en prosa": ¿Qué es una biblioteca?
Una biblioteca es un vivero de plantas frutales. Cuando bien se la escoge, cada una de ellas se vuelve un verdadero "árbol de vida" adonde todos vienen para aprender a sazonar y a consumir su bien. Lo mismo que en el vivero no hay en las bibliotecas plantas iguales aunque las haya semejantes, porque la biblioteca es un mundillo de variedad que no debe cansar nunca. Aquí están los fuertes y los dulces, los cuerdos y los desvariados, los serios y los juguetones, los conformistas y los rebeldes. Una biblioteca es también un lindo coro de voces; ninguna de ellas desde la más aguda a la más grave es igual a la otra, pero hasta las más contrastadas acaban reconciliándose dentro de nuestra alma, gran reconciliadora [...] Hasta puede decirse que una biblioteca se parece, a pesar de su silencio, a un pequeño campo de guerrillas: las ideas aquí luchan a todo su gusto. Nosotros, los lectores, solemos entrometernos en la brega sin sangre, pero lo común es que asistimos sin riesgo alguno al espectáculo gratuito y que enciende hasta a los tibios.
Los más acuden a una biblioteca por encontrarse a gentes de su credo o su clan, pero venimos, sin saberlo, a leer a todos y a aprender así algo muy precioso: a escuchar al contrario, a oírlo con generosidad y hasta a darle la razón a veces. Aquí se puede aprender la tolerancia hacia los pensamientos más contrastados con los nuestros, de lo cual resulta que estos muros forrados de celulosa trabajan sobre nuestros fanatismos y nuestras soberbias, según hacen la lima alisadora y el aceite curador. Pero sucede también, que en ocasiones, tenemos aquí gozosos encuentros: eso pasa cuando nos hallamos con hermanos nuestros que vivieron lo mismo que nosotros vivimos y que se nos parecen como la gota a la gota de agua. Por parecérsenos, ellos nos dan todo gusto y después de haberles oído volveremos confortados a nuestras casas y nunca más nos sentiremos huérfanos.
Una biblioteca es también el barco de Simbad el Marino o la mula de los Marco Polo, o el asno de Sancho: cada libro, bien mirado, es una aventura mental, que a veces, por lo vivida llega a parecer física [...] ¡Qué fiesta! Vamos atravesando sierras, desiertos, cordilleras o mares frenéticos. Bastan unas piezas de imaginación o de mera voluntad para hacer el viaje de bracete con el andador o jinete y esto es llevar compañía grande pues, hasta el Lazarillo de Tormes y el Periquillo Sarniento son personas de toda calidad, aunque vayan despeinados y en harapos o tengan lengua alácrita, de más como Quevedo. Una biblioteca, en ciudad pequeña, puede volverse, mejor que en ninguna parte, corro familiar de niños lectores o auditores y frecuente tertulia de adultos. Ella puede salvar a los hombres de la cantina mal oliente y librar a los chiquitos de la jugarreta de la vía pública [...]
Cuando la biblioteca es primera y única, los visitantes miran con desasimiento estos anaqueles alineados que se parecen a los nichos del cementerio. Entonces, hay que calentar los rimeros de libros hasta que cada uno de éstos cobre bulto y calor de seres vivos. Son el bibliotecario o la bibliotecaria quienes irán creando tertulia de los vecinos de esta sala; ellos darán reseña excitante sobre el libro desconocido; ellos abrirán la apetencia del lector reacio, leyendo las páginas más tónicas de la obra con gesto parecido al de quien hace aspirar una fruta de otro clima, hasta que el desconfiado da la primera mordida [...]
Difícil nuestra labor bibliotecaria, pero no misión imposible mientras haya un alma ávida de conocimiento, un lector o una lectora con ganas de descubrir su propia isla del tesoro. Para todos ellos va dedicada esta última entrada del año. Gracias por acompañarnos.
Para acabar, queremos citar estas palabras publicadas en The Conversation en su artículo La industria de la felicidad, ese cuento de Navidad por el profesor Antonio Hernández Vicente: "La única felicidad posible se vive en el sincero encuentro con los demás, incluso en momentos en que la alegría nace de escuchar las penas. Y escuchar es comenzar a remediar". Con él brindamos por esa "bella y genuina Navidad de Andersen, Dickens, Capra y John Lennon" y por todo el amor de aquellos que siempre seguirán vivos en nuestros corazones.
¡Feliz Navidad! ¡Volvemos el 2 de enero!