Alicia en el país de las bibliotecas
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Hace mucho, mucho tiempo, cayó en mis manos un cuento que me regaló mi padre. Su título era "El secuestro de la bibliotecaria" de Margaret Mahy, una historia muy divertida con una bibliotecaria pizpireta que es secuestrada por una banda de malhechores, a los que tendrá que curar del sarampión y reeducar, al tiempo que vive una apasionada historia de amor con el jefe de la banda. En aquella época, una pensaba más en la parte romántica del cuento que en la profesional, pero siempre guardé ese pequeño libro como un tesoro, sin saber porqué. Al releerlo con el paso de los años, me encantaron algunas descripciones profesionales que identifican con humor y cariño nuestro trabajo, un auténtico homenaje al cuerpo bibliotecario.
Tras ser raptada, mientras pasea por el bosque, la pobre Ernestina Laburnum le pregunta a los bandidos porqué ella, a lo que sus secuestradores responden "todo el mundo sabe que la biblioteca no funcionará nada bien sin su bibliotecaria". No falta una pequeña referencia a la burocracia y al presupuesto, cuando la Comisión de Cultura debe valorar cómo pagar por el rescate de su bibliotecaria: "¿El dinero del rescate debe de figurar como un gasto de personal o como un gasto del fondo de cultura?". Al descubrir la bibliotecaria que los ladrones están enfermos de sarampión le pide al jefe de la banda acudir a su biblioteca a por un valioso diccionario de medicina con el que "intentaré aliviar el sufrimiento de sus compañeros. Claro que no lo podré tener en préstamo más de una semana. Es un libro de consulta muy solicitado". O cuando Ernestina intenta resolver la situación y coloca en una estantería de su biblioteca al bandido Bienvenido Bienhechor, sellado y tejuelado como nueva adquisición, "colocado con exactitud por orden alfabético, ya que el orden alfabético es una regla esencial para cualquier bibliotecario". Y lo mejor, cuando la policía viene a detenerlo y la señorita Laburnum responde amablemente: "Desde luego. ¿Ha traído su tarjeta de lector?". En fin, una historia que ayer recordé con cierta melancolía en el Día de las Bibliotecas.
Ayer celebramos el Día Internacional de las Bibliotecas y este año, la Biblioteca de la Universidad de Las Palmas, se lo ha dedicado a la que fuera nuestra anterior Directora, Alicia Girón García. Volviendo atrás en el tiempo, cuando yo leía aquel cuento ya formaba parte de una familia bibliotecaria, aunque nada en mi cabeza me hacía presagiar que yo misma acabaría formando parte del mismo cuerpo profesional, en el que ingresé en esta Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, hace ya casi 25 años. Por aquel entonces, en mi casa se hablaba con naturalidad de Manuel Carrión, Luis García Ejarque, Alicia Girón o María Luisa Fabrellas, personas que yo no había interiorizado como importantes referentes bibliotecarios españoles, algunos tratadistas de renombre o importantes responsables en el sistema bibliotecario nacional, y que para mí eran simplemente compañeros o amigos que formaron parte de la vida de mi padre y de mi infancia.
Alicia Girón García fue la Directora de esta Biblioteca Universitaria en el periodo más fructífero de mi vida profesional, quizás por la ilusión y la fuerza con la que uno aterriza cuando llega a un destino. Nunca quise que este fuese mi destino, pero la vida sí. Y aquella mujer de la que tanto había oído hablar, se convirtió en una luz profesional que nos hizo pasar, de alguna manera, de una Biblioteca en blanco y negro a una Biblioteca en color, con muchísimos matices y contraluces, pero con vehemencia, inteligencia, visión, confianza y una gran profesionalidad y amor por las bibliotecas públicas.
Ahora, con el paso de los años, cuando Alicia y otros compañeros ya no están entre nosotros, uno mira con nostalgia el tiempo vivido y recuerda con cariño todo el camino que hemos ido recorriendo desde entonces y en el que esta Biblioteca, como cualquier otra, aún sigue en pie. Cada bibliotecario/a deja su impronta pero hay algo que nos supera a todos, la necesidad de contar con colecciones ricas, vivas y, en un ámbito universitario como el nuestro, el ser un apoyo imprescindible en la docencia y la investigación, por lo que no debemos permitir que la desidia o el abandono estanquen este maravilloso proyecto. Y hoy quiero compartir con todos aquellos compañeros de profesión algo que sin duda impulsó a Alicia Girón, no sólo a venir aquí, sino a quedarse para siempre entre nosotros.
¡Feliz Día de las Bibliotecas! Ayer y hoy.
– «Minino de Cheshire», empezó algo tímidamente, pues no estaba del todo segura de que le fuera a gustar el cariñoso tratamiento; pero el Gato siguió sonriendo más y más. «¡Vaya! Parece que le va gustando», pensó Alicia, y continuó: «¿Me podrías indicar, por favor, hacia dónde tengo que ir desde aquí?».– «Eso depende de a dónde quieras llegar», contestó el Gato.
– «A mí no me importa demasiado a dónde…», empezó a explicar Alicia.
– «En ese caso, da igual hacia dónde vayas», interrumpió el Gato.
– «…siempre que llegue a alguna parte», terminó Alicia a modo de explicación.
– «¡Oh! Siempre llegarás a alguna parte», dijo el Gato, «si caminas lo bastante».
A Alicia le pareció que esto era innegable, de forma que intentó preguntarle algo más: «¿Qué clase de gente vive por estos parajes?».
– «Por ahí», contestó el Gato volviendo una pata hacia su derecha, «vive un sombrerero; y por allá», continuó volviendo la otra pata, «vive una liebre de marzo. Visita al que te plazca: ambos están igual de locos».
– «Pero es que a mí no me gusta estar entre locos», observó Alicia.
– «Eso sí que no lo puedes evitar», repuso el gato; «todos estamos locos por aquí. Yo estoy loco; tú también lo estás».
– «Y ¿cómo sabes tú si yo estoy loca?», le preguntó Alicia.
– «Has de estarlo a la fuerza», le contestó el Gato; «de lo contrario no habrías venido aquí».
Extracto de «Alicia en el país de las maravillas», de Lewis Carroll. En memoria de Alicia Girón García