A Mariana, la lluvia
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Me dijiste que tenía que ponerte una imagen, algo que te homenajeara, no recuerdo qué palabra usabas para referirte a que te tenía que dar una importancia especial por haberme devuelto libros que ni siquiera yo sabía que tenías en tu poder, por haber sido así de generosa conmigo. Yo te decía que algún día lo haría. Las dos sabíamos que era una broma, era algo divertido, inocente, pero que te permitía algunas licencias, esa era tu manera de pedirme que fuéramos amigas. A las personas habría que quererlas así, como si todo fuera un chiste con el que pudiéramos reírnos eternamente. No sabía que estabas enferma desde hacía varios meses. Yo no te eché en falta. Cuando vi tu nombre en el asunto del correo electrónico me impresionó. No esperaba verlo justo ahí, tendría que haber sido en la pared, bajo tu retrato, como habíamos quedado. Fue en ese momento que te apareciste en mi presente y sentí una gran alegría, Mariana, como tu nombre tan largo y abierto y deseé ir a tu funeral y todo fueron coincidencias ese día, el día de hoy en el que me he dado cuenta de que vivir es todo eso. Rodeada de viejos en la iglesia, dando la mano en el Padrenuestro, cantando, sintiendo a tus compañeros de Departamento tristes. Confesé mi no tristeza y me fui. Alegre en una noche fría del mes de enero.
Este año la lluvia no ha cesado de caer. Caer durante días y días. Salpicando las piedras, convirtiendo en verde todo a su paso vertical, lamiendo los cristales, inundando la mirada. Este invierno el llanto se ha serenado entre los tréboles. Nos hemos olvidado un poco de que somos humanos, terrenos y sólo hemos sentido el latido húmedo de las nubes en nuestras pestañas. Este invierno ha sido uno de los mejores inviernos vividos (piensas). Y al decirlo puedo sentir que somos sólo eso, uno, entre muchos, inviernos, estación, paso, circunstancia. Y es entonces cuando caes en lo no vivido, en lo que queda por vivir pero también, porqué no, en lo que no vivirás nunca.