Viaje en el Winnipeg

17 Enero 2020

En el pasado encuentro del club de lectura sobre la novela de Isabel Allende Largo pétalo de mar, Francisco Quevedo García, el coordinador, nos sorprendía, cuando ya llevábamos, aproximadamente, una hora debatiendo sobre el libro, con la presentación de alguien muy especial que había asistido a nuestra cita, su amigo y antiguo profesor de la Universidad de las Palmas de Gran Canaria, Manuel Domínguez Llera, uno de los niños del Winnipeg.

Los españoles del Winnipeg

En 1938, en plena Guerra Civil española, Manuel junto a su familia emprendió un largo viaje que comenzó en un pueblo de Asturias. El miedo a las represalias, a las torturas y a la muerte, obligó a muchas personas a abandonar sus hogares. Iban de pueblo en pueblo, descansando en las casas de quienes ya habían partido, las encontraban intactas, como si fueran a volver en cualquier momento. Recuerda su paso por la frontera de Francia, y lo describe tal y como vemos en los documentales, las personas se habían ido uniendo por los caminos y formaban largas colas. Caminaban y cargaban con las pocas pertenencias que habían podido llevar consigo. La madre de Manuel caminaba en aquellas filas con sus dos hijos y una maleta, hasta que tuvo que decidir dejar atrás aquella maleta pues se la hacía imposible avanzar con ella y los dos pequeños.

Una vez en Francia, les llevaron a los campos de concentración donde permanecieron hasta que se cruza con ellos la historia del Winnipeg.

El Winnipeg era un barco que había fletado el poeta Pablo Neruda, quien había recopilado dinero de la solidaridad de las personas a las que conocía para ayudar a los exiliados a salir de Francia, evitando que cayesen en manos del fascismo.

Uno de los requisitos para poder formar parte del pasaje era poseer un oficio, gracias a esto, Manuel y su familia se reencontraron con su padre que se hallaba recluido en otro de los campos de concentración. Un reencuentro, que si leyésemos en una novela nos parecería increíble, nos parecería inverosímil.

La familia emprende este viaje a lo desconocido en el hoy famoso Winnipeg.

En el barco era el pasaje quien se organizaba para llevar a cabo una convivencia pacífica, hay que tener en cuenta que viajaban unas 2.000 personas en un barco que inicialmente estaba pensado para acomodar a 100 personas.

Manuel Domínguez Llera y Francisco Quevedo García

Para el trayecto Manuel recibió uno de los ajuares del Winnipeg, que consistía en una maleta con ropa y artículos de aseo como jabón y pasta de dientes, ya que carecían de lo esencial al haberlo abandonado todo por el camino.

A la llegada a Chile les esperaba la solidaridad del pueblo chileno, un lugar donde alojarse, un empleo para el padre y todo lo necesario para iniciar una nueva vida.

Manuel vivió en Chile durante 41 años, allí se hizo profesor, y comenzó su carrera profesional como maestro de escuela. Junto con otros compañeros creó una escuela nocturna para trabajadores y trabajadoras y fue allí donde conocería a Isabel Allende, la hija del futuro presidente de Chile, Salvador Allende.

Conoció a Neruda en una de las visitas a la casa de Isla Negra, con el compartió su experiencia en el Winnipeg y también le transmitió su eterno agradecimiento.

La primera vez que coincidió con Allende, éste era ministro de Salubridad del gobierno de Pedro Aguirre Cerda y Manuel se había convertido en profesor de la Universidad de Santiago de Chile.

Unos días antes del asalto a la Moneda, Manuel vuelve a coincidir con el ya presidente Allende en la misma Casa de la Moneda, donde había acudido como parte de un tribunal a examinar a estudiantes para que el ministro Jaime Suárez, que también formaba parte del tribunal, no tuviese que trasladarse a la Universidad con toda su escolta, dados los tiempos revueltos. Ese día, que era domingo, comieron juntos y charlaron sobre distintos temas.

Nadie en Chile imaginaba que ese país, ejemplo de democracia en Latinoamérica, iba a ver como su ejército apoyaba un golpe de Estado.

Tras el golpe, Manuel y su familia comienzan un nuevo exilio, regresan a España y se instalan en Gran Canaria. Los comienzos no fueron fáciles, con 46 años trabajó como camarero, como dependiente, hasta que finalmente consigue su plaza como profesor de lengua en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.

Hoy, con 85 años, recuerda con una sonrisa en los labios su experiencia vital.

Desde La calma lectora queremos agradecer a Manuel que compartiera con el club su experiencia vital y a Paco la magnífica sorpresa de invitarlo.

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