Ada Lovelace (1815-1852), una mente privilegiada.
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Ni el hecho de ser mujer en la muy conservadora Inglaterra victoriana ni ser hija de Lord Byron fueron obstáculos para que esta brillante mujer entrara en la historia de la ciencia por mérito propio.
Hoy, 8 de marzo, Día de la Mujer, es un inmejorable momento para recordarla.
La Revolución industrial que consolidó el desarrollo del capitalismo en Inglaterra llevó aparejada la extensión de la maquinización a escala, primero, inglesa, y luego europea, en muy pocos años. A una mente despierta, como la de Ada Lovelace, las implicaciones de la nueva realidad no podían pasar desapercibidas.
Más aun cuando conoce al matemático Charles Babbage que por esos años trabajaba en la idea de una máquina analítica construida sobre la idea de tarjetas perforadas como había visto en los telares de Jaquard, una especie de antecedente de nuestros ordenadores. Ada Lovelace no tardó en comprender lo que la idea de su colega implicaba. Entendió que tanto la tecnología de los telares como la máquina analítica podía aplicarse a cualquier proceso que conllevara tratar datos, o, dicho en otros términos, la digitalización de la información.
Ella sabía muy bien de lo que hablaba. A principios de los años 40 había traducido al inglés las notas del ingeniero italiano Luigi Menabrea a propósito de una conferencia de Babbage en Turín. Sin conformarse con la traducción, añadió unas Notas—más extensas que el propio texto de Menabrea—en las que desarrolló, entre otras cosas, un algoritmo para calcular los números de Bernouilli, de enorme aplicación en las matemáticas y hoy considerado el primer programa informático de la historia.
Pero hizo muchas cosas más. Fruto de sus estudios, sugirió el uso de las tarjetas perforadas como método de entrada de información, introdujo el uso de la notación para escribir programas y dedujo la capacidad de los ordenadores para ir más allá de los simples cálculos de números.
¡Y todo eso en una biografía apretada de apenas 36 años!