Lectura 96: Faycán
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Faycán es uno de los libros (si no, el libro) más leído de la literatura canaria. El umbral, que no prólogo, que Víctor Doreste escribió para la primera edición (Imprenta Minerva, 1945), está firmado en Las Palmas de Gran Canaria en agosto de 1944. Era un librito de 164 páginas, cuyo subtítulo (Memorias de un perro vagabundo) ya daba una pista de por dónde iban los tiros. En las décadas siguientes, lectores y lectoras de todas las edades han disfrutado de esta obra, que volvió a ver la luz en 1968 (Imprenta Lezcano), 1979 (El Museo Canario) y en numerosas ediciones y reediciones del Cabildo de Gran Canaria hasta el presente.
Semejante éxito se debe a diversas circunstancias, no siendo lo menos importante el estilo de su autor, conectado a la sensibilidad isleña. Pero también —quizá, sobre todo— hay un elemento de conexión emocional entre la historia de Faycán y sus compañeros perrunos y varias generaciones canarias. Esa historia (la real de las esculturas de la plaza de Santa Ana, no la novelada por Doreste) está sujeta a controversia: una donación de Diego (James) Miller (hijo del empresario británico Tomás [Thomas] Miller, el primero de su familia afincado en la isla); regalo de un buque francés rumbo a Suráfrica, en agradecimiento por la ayuda recibida durante su escala por avería en la isla... La autoría de las esculturas también se ha debatido entre el francés Alfred Jacquemar o el inglés Adrián Jones (Pedro González Sosa, de quien tomamos la información, se inclina por este último). Lo que sí es seguro es la procedencia de un taller en la localidad parisina de Val D'Osne, según inscripciones que figuran en cuatro de los pedestales.
Los ocho perros, de hierro fundido pese al aspecto broncíneo por el color verdoso, ya estaban colocados en abril de 1895 en el frontis de la plaza de cara a la Catedral de Santa Ana. Desde entonces, sentados o echados en diversas posturas, alguno con una presa con alas entre sus patas, han servido de juego para tantas generaciones infantiles, de reclamo turístico y, por supuesto, de excusa para que Víctor Doreste ideara una hermosa fábula literaria. Y fue él quien, al final de su relato, los bautizó con los nombres de profunda raíz canaria (como su raza) por los que son conocidos: Tenoyo, Aterura, Doramas, Bentayga, Tirajano, Mogano, Tindaya y el protagonista Faycán.
(Portada de Faycán. Las Palmas de Gran Canaria: Ediciones del Cabildo Insular de Gran Canaria, 2004 [2ª reimpresión de la 7ª ed, 1993]. Ilustración de Gabriel Rubio)