Caché (2005)
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Los días del matrimonio Laurent transcurren acomodada y rutinariamente hasta, que un día, encuentran una cinta de vídeo que da a entender que alguien vigila su hogar. Lo que al principio parece obra de un bromista, pronto adquiere un cariz inquietante y amenazador, que trastoca la convivencia familiar y desmorona el mundo sin fisuras en el que creían vivir Georges y Anne.
En manos de Hollywood, esta sería la sinopsis de un thriller más o menos convencional. En las de Michael Haneke, no. No hay una trama previsible, ni un desenlace que lo deje todo atado y bien atado. La inquietud, el desasosiego, son producto de tomas aparentemente inocuas y de secuencias de tono casi documental, más que de giros dramáticos de guion. (Lo prueba la escena final mientras desfilan los créditos.) Y aunque hay violencia, no domina la narrativa.
En este sentido, Caché (DVD 1804) se ajusta a la concepción que el director austriaco tiene de su filmografía: una reacción, explica, «contra la forma de banalización, de estupidez, que vemos tan frecuentemente en los medios, el propio cine incluido». Y añade: «Cuando voy al cine, las películas que me quedan grabadas, que me influyen, son las que me desestabilizan, las que me crean dudas. Las películas que me dicen "todo va bien, las cosas se arreglan", las olvido como máximo en un par de días».
Haneke (crítico, editor y dramaturgo antes que realizador de cine) ha sido fiel a este posicionamiento desde que debutase en 1989 con El séptimo continente. Y continuó siéndolo, con mayor o menor acierto e intensidad, en El vídeo de Benny (1992), 71 fragmentos de una cronología al azar (1994), Funny Games (1997) o El tiempo del lobo (2003). Todas ellas, producidas en su país natal. Sin embargo, su primer gran éxito llegó trabajando en Francia, gracias a La pianista (2001), gran Gran Premio del Jurado y premio a la mejor actriz (Isabelle Huppert) en el Festival de Cannes. Para Caché eligió a un elenco de la misma nacionalidad encabezado por Daniel Auteuil y Juliette Binoche; nunca había rodado con él, pero ella había protagonizado Código desconocido cinco años antes.
La inspiración para la nueva película procedía de varias direcciones. La definitiva fue el visionado de un documental sobre la masacre que tuvo lugar en París el 17 de octubre de 1961, en el contexto de la guerra de descolonización de Argelia. El silencio oficial y mediático sobre el alcance real de aquel hecho terrible no se desveló hasta tres décadas después. A Haneke no le interesaban especialmente el aspecto político y social del tema, sino explorar el sentimiento de culpa (aquí, el del periodista Georges Laurent). Como explica en los extras del DVD de la Mediateca: «Esta película es un cuento moral. Trata de cómo soporto el hecho de ser culpable. Si lo acepto, o no y, si lo acepto, qué hago y, si no lo acepto, qué hago también». Secundariamente, también puede interpretarse desde el punto de vista de la memoria colectiva (a propósito del colonialismo francés y de la representación de los conflictos en Oriente Próximo y Medio en la televisión), de la vigilancia en la vida moderna (a propósito de las cintas de vídeo) o de la trillada «decadencia de la burguesía» (en este caso, un matrimonio de clase media alta).
Para tratarse del producto de un cineasta controvertido, el rendimiento en taquilla y la recepción crítica no pudieron ser mejores. Ganó en Cannes el premio a la mejor dirección, el Premio FIPRESCI y el del Jurado Ecuménico. El efecto inmediato fue la apertura del mercado americano, con una discreta adaptación de Funny Games (2007). Después vendrían dos títulos de peso en la filmografía de Haneke: La cinta blanca (2008) y Amor (2012), que marcan el cenit de su prestigio y popularidad hasta la fecha.
(Fotografía: Michael Haneke en Cannes en 2009. Autor: Georges Biard. Wikimedia Commons - CC BY-SA 3.0)