La carta del Kremlin (1970)
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Primero, una afirmación: el espionaje da mucho juego en el cine. Lo avala la extraordinaria longevidad de la franquicia James Bond o el éxito de las sagas Bourne y Misión imposible, entre otros títulos destacados de las últimas décadas. Después, una precisión: la época dorada del cine de espías debe situarse en los años de la Guerra Fría (1947-1991), es decir, cuando las dos superpotencias del momento —los Estados Unidos y la Unión Soviética— pugnaban por alcanzar la supremacía mundial. Compruébalo hoy con un ejemplo clásico, a la vez que insólito: La carta del Kremlin (DVD 1912), de John Huston.
A la altura de 1969, la trayectoria de Huston arrojaba un buen puñado de obras maestras o casi maestras: El halcón maltés (1941), El tesoro de Sierra Madre (1948), Cayo Largo (1948), La jungla de asfalto (1950), La reina de África (1951), Moulin Rouge (1952), Moby Dick (1956), Vidas rebeldes (1961), La noche de la iguana (1964). Nunca se había interesado directamente por el tema del espionaje, con la improbable excepción de la coral Casino Royale (1967), en realidad una parodia de James Bond. Precisamente, La carta del Kremlin se sumaría a la corriente desmitificadora de la ficción carismática y glamurosa del agente secreto representado por el icónico personaje de Ian Fleming.
El guion de Huston y Gladys Hill (su asistente desde Freud, pasión secreta —1962— y también coguionista de Reflejos de un ojo dorado —1967) se basó en la novela del mismo título de Noel Behn, a su vez inspirada en el tiempo que trabajó en el Cuerpo de Contrainteligencia del Ejército de los Estados Unidos. La trama se teje en torno a la misión de un grupo de agentes americanos, encargado de recuperar en la Unión Soviética una carta que pone en aprietos a funcionarios tanto de este gobierno como del estadounidense ante la potencia emergente de China.
En la dirección de fotografía repetía Edward Scaife, después de que cumpliera dicha función en Paseo por el amor y la muerte (1969). El reparto (británico y europeo continental) no incluye estrellas de relumbrón, pero no por ello carece de interés. Es curioso que el protagonista sea un actor tan poco carismático como Patrick O’Neal, a menos que Huston lo eligiese como antítesis del «Bond» Sean Connery. La cuota nórdica la ponen Bibi Andersson y Max von Sydow, pareja comprometida en el cine de Ingmar Bergman. El director americano se marcó otro tanto introduciendo a Orson Welles, en horas bajas, en el rol de diplomático ruso. Pero quien en verdad tiene un papel y una actuación estelares es Richard Boone, ese actor de rostro pétreo que dio vida a estupendos villanos, crueles y retorcidos como el agente Ward.
La película se rodó en Roma, México, Nueva York y, sobre todo, Helsinki. La capital finlandesa hizo las veces de Moscú, rodándose en pleno invierno bajo duras condiciones climáticas (se dice que Boone terminó actuando borracho de tanta afición que le tomó al vodka para entrar en calor). Una nota curiosa, si decides verla en versión original, es que los personajes soviéticos hablan en ruso, sin subtítulos, pero con una voz en off traduciendo simultáneamente al inglés, o bien pasando al poco de un idioma al otro.
Estrenada el 1 de febrero de 1970, The Kremlin Letter fue un fracaso comercial y dio pérdidas a la 20th Century Fox. La respuesta de la crítica tampoco fue muy positiva, pues si bien alabó la belleza de la fotografía y la interpretación de Richard Boone, le decepcionó la trama enrevesada. Sin duda, no ayudó su tono antiheróico y desencantado, con personajes débiles, oscuros, mezquinos y manipuladores, sin que haya distinción entre un bloque y el otro. Apenas hay acción y, en cambio, hay referencias sexuales y al consumo de sustancias ilegales, que la audiencia y un sector de la crítica consideraban un «catálogo de vicios» (prostitución masculina, travestismo, lesbianismo, homosexualidad, drogas).
El fracaso afectó a John Huston, que solo volvió a tocar el género de espías en El hombre de Mackintosh (1973). Todavía dirigiría una decena más de largometrajes, algunos tan apreciados como El hombre que pudo reinar (1975; guion también con Gladys Hill), El honor de los Prizzi (1985) y su testamento cinematográfico Dublineses (Los muertos). Para entonces, ya había empezado la revisión al alza de su obra, incluido este filme, incomprendido entonces, al que ahora se estima como una rareza en la producción de su autor y hasta un ejercicio de valentía por el momento histórico en que fue estrenado.
(Fotografía publicitaria de John Huston, interpretando el papel de Noah Cross en la película de Roman Polanski Chinatown: D.P. Wikimedia Commons)