Nanook, el esquimal (1922)
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1922 vio el estreno de películas que hoy se consideran claves en la historia del cine, en general, y del silente, en particular. Títulos como El doctor Mabuse, de Fritz Lang, Nosferatu, de F. W. Murnau, y Häxan, de Benjamin Christensen, son, además, clásicos del terror y de la fantasía. El que traemos este mes es igualmente reconocido, aunque pertenece a otra categoría, de menor artificio y aparente naturalidad.
La consolidación y expansión del cinematógrafo en las primeras décadas del siglo XX abrió expectativas renovadas al estudio de las sociedades «atrasadas» y «primitivas». La imagen en movimiento era una ventaja obvia en comparación con la imagen fija del dibujo y de la fotografía. Antropólogos y etnólogos eran los más interesados, pero Robert J. Flaherty no era ninguna de las dos cosas cuando emprendió el trabajo que culminaría en Nanook, el esquimal (DVD 4553).
De hecho, fue su formación como ingeniero de minas la que le condujo hasta la Bahía de Hudson, en Canadá. Allí se interesaría por los Inuit (los «esquimales» del idioma español), a los que comenzó a filmar en 1914 armado de dos cámaras y de nociones básicas de rodaje y de procesamiento del celuloide. Aquel primer material se perdió en un incendio. En lugar de lamentarse, Flaherty lo consideró la oportunidad de reenfocar el proyecto. Ahora, los protagonistas eran un cazador y su familia, a los que filmó durante un año gracias al aporte financiero de una compañía peletera francesa.
El resultado fue un conjunto de viñetas de la vida del protagonista y los suyos, en el día a día en la península de Ungava, tales como la construcción de un iglú y desplazamientos para comerciar, pescar y cazar. Flaherty no solo dirigió y se desempeñó como cámara, sino que escribió el guion, produjo y editó la película, con un presupuesto de 53 000 dólares. Estrenada el 11 de junio de 1922, su metraje de 79 minutos mereció la ovación casi unánime de la crítica y rindió exitosamente en las taquillas estadounidense y extranjeras.
Nanook of the North gustó porque era la primera vez que el cine mostraba detalles de una cultura desconocida y remota al gran público. Además, el tono de aventura, de lucha por la supervivencia en un entorno duro, subrayando el ingenio y el coraje de sus protagonistas, aportaba un interés superior al que hubiese generado la mera proyección de imágenes. Esto conduce inevitablemente a cuestionar el grado de realismo que hay en la película. Flaherty no dudó en alterar la realidad por motivos prácticos, artísticos y comerciales. Aparte del inevitable reclamo publicitario («Una historia de vida y amor en el Ártico actual»), hay cuestiones de mayor calado que ponen en entredicho la fidelidad y la objetividad absolutas (si tal cosa fuera posible) de un documental: renombrar al inuk Allakariallak, por considerar que Nanuk («Oso polar») sonaba más auténtico; o hacer pasar a las dos acompañantes del director por esposas de aquél. El tamaño de la cámara y la oscuridad forzaron a filmar los interiores de iglú en uno fabricado sin una de sus paredes. Tampoco la vestimenta y las armas de caza parece que se ajusten a la realidad del momento, dada la creciente modernización del estilo de vida inuit.
En favor de Flaherty habla el hecho incontestable de que todo producto cultural es hijo de su tiempo. Al retratar a los inuit a la manera tradicional, transmitía el estereotipo que la sociedad «civilizada» tenía en mente, a la vez que creía captar su verdadero espíritu y hacía su particular semblanza del «buen salvaje». En definitiva, elaboró una oda a la capacidad de adaptación del ser humano en una naturaleza hostil.
Avalado por éxito de su ópera prima, el estadounidense se trasladó a Samoa, en la Polinesia, para rodar Moana (1926), de menor repercusión pública. Una década después repetiría jugada con Hombres de Arán (1934), esta vez localizado en Irlanda. Su aportación a la ficción pura, colaboraciones y proyectos frustrados al margen, se limitó a un par de largometrajes en América (uno ambientado en los mares del Sur y el otro en la Lousiana cajún) y a la adaptación de un relato de Rudyard Kipling en Gran Bretaña. De manera que Nanook, el esquimal ha quedado como su obra de referencia, además de primer documental —o, si se prefiere, el primer docudrama— de la historia: no una sucesión de escenas inconexas (y aburridas), sino imágenes dotadas de un hilo narrativo, aunque no ficción propiamente dicha. Justo lo que iba a caracterizar en adelante al nuevo género cinematográfico, pronto adoptado e imitado, que se inauguraba así hace 103 años.
(Retrato de Robert F. Flaherty: Arnold Genthé. The World's Work, 1922. D. P. Wikimedia Commons. Fotografía de Nanuk/Allakariallak: Samuel Herbert Coward, ca. 1920. Museo McCord. D. P. Wikimedia Commons. Rodaje de Nanook, el esquimal, 1922. D. P. GetArchive)