Un otoño fordiano (y 2)
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Esta tarde, a las 18:30 en el CICCA, la Asociación de Cine Vértigo proyecta la primera de las 9 películas que componen el ciclo «John Ford: la poética de la nostalgia».
De esta manera, se suma a la retrospectiva dedicada al mismo director que el Aula de Cine de la ULPGC puso en marcha el pasado 13 de septiembre y que concluirá en diciembre de este año. La de Vértigo se alargará hasta enero de 2025, de manera que quien vea el cartel completo de títulos acabará por hacerse una idea bastante precisa y amplia de la filmografía fordiana.
El programa de ambos ciclos ha sido diseñado por Rubén Benítez Florido, autor de un interesante ensayo sobre el que quizá sea el western cumbre del maestro, a saber, El hombre que mató a Liberty Valance.
Precisamente, el ciclo arranca con una del Oeste y, en opinión bastante extendida, la mejor de las suyas dentro del cine mudo. Tres hombres malos (1926) utiliza un motivo que repetirá años después Tres padrinos (1948): el trío de forajidos de buen corazón que expían sus culpas abrazando una causa noble. Aquí no se trata de un bebé al que hay que sacar del desierto, sino de la defensa de unos emigrantes frente a los malos encabezados por un malvado sheriff... Y de hacer de casamenteros. A pesar de la espectacular secuencia de la histórica carrera de Dakota, la peli no entusiasmó al público y pasarían trece años hasta que Ford retomó el género.
«Jack» rodó dos largometrajes ambientados en el mundo de los submarinos y, ambos, en los años 30. El primero, Tragedia submarina (1930) nos sitúa en el claustrofóbico ambiente de un sumergible cuya tripulación ha de luchar para evitar que se hunda. Una prueba de que la comunidad, más que el individuo, es lo que interesa al Ford cineasta. Fue su primera colaboración con Dudley Nichols, escritor que sirviera en la US Navy y futura guionista de algunas de las más exitosas películas del director en aquella década, caso de La diligencia o El delator (Óscar al mejor guion adaptado).
El juez Priest (1934) fue la segunda ocasión que reunió a Ford en la dirección y al popular Will Rogers en la interpretación. La a veces llamada «Trilogía Rogers» había empezado con Doctor Bull (1933) y se cerraría con Barco a la deriva (1935), siempre para la Fox. Al ver Judge Priest es inevitable recordar El sol siempre brilla en Kentucky (1953), un film que retoma tipos y situaciones de su predecesora, incluidos el juez sureño y el tono de comedia costumbrista.
De un Sur a otro: Huracán sobre la isla (1938) nos traslada a una ínsula de nombre exótico azotada por los tifones. La neo-orleanesa Dorothy Lamour y el californiano John Hall interpretan a la pareja de nativa enamorada e injustamente tratada por el tiránico gobernador colonial. Drama romántico con un envoltorio de cine de catástrofes (o a la inversa) que ganó un Óscar al mejor sonido.
El interés de Ford por la Historia de los Estados Unidos y por sus protagonistas queda patente en El joven Lincoln (1939), semblante de la juventud del que llegara a ser mítico presidente. Lo presenta en sus primeros pasos como abogado, encarnado por Henry Fonda en su primera colaboración con el director. Sin duda, uno de los retratos íntimos más afortunados en la carrera cinematográfica de nuestro hombre, dotado de una inconfundible mirada nostálgica al pasado.
Después de Las uvas de la ira, Ford no abandona los estragos de la Gran Depresión en La ruta del tabaco (1941). Sigue siendo el Sur empobrecido y marginado, si bien sus personajes están lejos de ser ejemplares moralmente hablando. Sea por su punto de comedia, por las intromisiones del productor, o por el mero hecho de ser la oportunidad de aprovechar el éxito de su antecesora; el caso es que no tuvo un impacto ni remotamente cercano a aquélla.
Pasión de los fuertes (1946). Segundo largometraje tras el interludio de la Segunda Guerra Mundial. Otra vez Henry Fonda, ahora el papel del mítico sheriff Wyatt Earp. Lo que equivale a decir: la primera película (al menos, de peso) sobre el tiroteo en el O.K. Corral, acaecido en Tombstone (Arizona) en 1881. Y eso que el elemento fuerte aquí no son las escenas de acción, sino los instantes líricos y cotidianos.
Y es que, para acción, mejor Misión de audaces (1959). Quedan atrás la «Trilogía de la Caballería» y la ambientación de las guerras indias. Esta vez es el Norte contra el Sur, con un John Wayne asumiendo las riendas del relato en el papel del severo coronel unionista encargado de destruir un nudo ferroviario enemigo vital. Y ya no es la Caballería como hogar; es la guerra entre bandos opuestos, incluido el romance imposible que acaba en derrota.
Para terminar, la última colaboración Ford-Wayne. No un western, sino una comedia de aventuras. En La taberna del irlandés (1963) volvemos a los Mares del Sur para que Duke y Lee Marvin se emborrachen, discutan y peleen como los buenos amigos que son, mientra la estirada bostoniana Elizabeth Allen llega a la isla en busca de su padre. La crítica no siempre ha reconocido los valores de esta película, seguramente porque sale perdiendo cuando se la compara con el El hombre tranquilo, más conseguida y de indudable superior prestigio.
Cuatro de las nueve películas contarán con un coloquio tras la proyección, según anuncia el folleto informativo del ciclo.
(Cartelería: Asociación de Cine Vértigo)