El congreso (2013)
- Compartir en Linkedin
- Compartir en Twitter
- Compartir en Facebook
- Compartir en las redes:
No hace mucho, prometimos traer por aquí la adaptación de un relato de Stanislaw Lem. Una película que, sin haber suscitado el elogio unánime del público y de la crítica, interesa a amantes de la ciencia ficción. Si tú lo eres y nunca la has visto, tienes una cita obligada, aunque solo sea por esta vez. Incluso si lo tuyo no es la animación, podrías encontrar motivos para darle una oportunidad.
Cualquiera que sea tu caso, este mes te recomendamos El congreso de Ari Folman (DVD 9991).
El cineasta israelí empezó a trabajar en el nuevo proyecto en 2008, año en que estrenaba en Cannes Vals con Bashir, su primera y muy elogiada incursión en el género de la animación. El punto de partida de la nueva historia era El congreso futurológico, una novela de Lem de 1971 que retrata un futuro en el que las personas viven en una perpetua «realidad irreal» inducida por el consumo de drogas alucinógenas. Folman respetó esta premisa y determinados puntos del argumento (por ejemplo, la misma asistencia del protagonista a un congreso); pero, en definitiva, reelaboró la trama y los detalles del texto original.
Para empezar, varió la identidad del personaje central. En lugar del astronauta recurrente en las historias del polaco, pone a una actriz en horas bajas y con un hijo enfermo, a la que un estudio hace una oferta tentadora: a cambio de una gran suma de dinero, creará una copia suya que podrá explotar a su antojo. Entre la espada y la pared, la actriz acepta. Años después, es invitada a un congreso en un mundo extraño para ella, en el que la realidad tal y como la conocemos se ha transformado en un tejido surrealista del que le resulta imposible salir.
El propio Folman explicó la otra diferencia, esta sí fundamental, entre la historia de Lem y la suya. La alegoría contra la dictadura comunista es ahora una crítica a la industria del entretenimiento. La actriz no es dueña de su imagen, convertida en un avatar eternamente joven y vigoroso, siempre a las órdenes del estudio. Visto con perspectiva, aquel planteamiento se antoja un toque de atención al inminente futuro (ya presente) del séptimo arte, dominado por las franquicias y donde la tecnología virtual, inmersiva, tiende a sustituir a la realidad física. Es decir, el final del cine tradicional. Pero no es solo eso. También es una reflexión sobre la libertad del ser humano y las implicaciones negativas del escapismo individual y social. Y algunas otras cosas, que descubrirás al ver la película.
Desde el punto de vista narrativo y visual, el filme se divide en dos partes. El primer tercio largo, rodado con actrices y actores de carne y hueso, incluye la escena más intensa de todo el metraje, aquella en la que la protagonista es sometida a un escaneo físico, mental y espiritual. Después, el drama se traslada a la animación, una explosión de psicodelia y surrealismo que recuerda a ratos los alocados Looney Tunes de la Warner, a ratos obras maestras del género como Paprika, detective de los sueños. Un despliegue visual apabullante que contrasta con la sobriedad demoledora de Vals con Bashir; eso sí, una vez superado el impacto inicial, no impide que el pulso narrativo vaya decayendo, antes de recuperarse en el conmovedor tramo final.
Esta introducción a El congreso estaría incompleta sin mencionar expresamente a Robin Wright, actriz que se interpreta a sí misma. Desempeña uno de los mejores papeles desde que se diera a conocer internacionalmente gracias a La princesa prometida. Su sola presencia (física y de voz) aporta solidez a una historia que, al margen del origen literario, cuenta con referencias cinematográficas previas, desde la distopía de Matrix hasta la estrella digital de Simone.
The Congress fue bien acogida en general. Se estrenó en Cannes (Folman hizo lo propio con ¿Dónde está Anne Frank? en la última edición del festival) y fue galardonada en los Premios del Cine Europeo y en Sitges. Se le echa en cara algunos excesos visuales que van en detrimento del relato, pasajes más o menos sensibleros y giros de guion demasiado previsibles. Pero su crítica de la industria cinematográfica y de los paraísos artificiales tan seductores como alienantes, servida en un cóctel de melodrama, sátira y humor negro, quizá sea apropiada para la era de radicales transformaciones que ya estamos experimentando dentro y fuera de la ficción.