Dune (1984)
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Si te gusta la ciencia ficción, sabrás de la película que Denis Villeneuve planea estrenar en diciembre de este año. Sí, nos referimos a Dune, un proyecto que ha levantado tanta expectativa entre los amantes del género como aquel que dirigió David Lynch en los años 80.
Al canadiense no le faltan credenciales (La llegada, Blade Runner 2049), así que habrá que esperar a su remake (o reinterpretación), anunciado en dos partes y protagonizado por Timothée Chamalet y Rebecca Ferguson. Mientras, te proponemos revisitar la cinta original (DVD 2700).
Villaneuve y su predecesor se basan en la novela homónima de Frank Herbert, una de las cimas de la literatura de ciencia ficción y primer capítulo de una saga de enorme éxito que sobrevivió a la muerte de su autor hasta nuestro siglo XXI. El desarrollo del relato se enreda con las sucesivas entregas, pero la trama de 1965 nos sitúa en el planeta Arrakis, también llamado Dune, único productor de la melange, una especia sin la cual son imposibles los vuelos espaciales. La lucha por su control entre la familia Atreides y los barones Harkonen desemboca en una lucha por la supervivencia, en medio de aquel desértico y peligroso mundo, de Paul, hijo y heredero del duque Leto Atreides.
Lo que aparenta ser una mera aventura espacial y fantástica, en la pluma de Herbert esconde una profunda reflexión sobre la religión y la corrupción del poder. De ahí el interés en adaptar al cine un universo rico en matices e interpretaciones. De entre las tentativas que hubo en los años 70, la más consistente fue la de Alejandro Jodorowsky; el polifacético chileno planeó que durara más de diez horas y contar con Moebius en el diseño conceptual, Salvador Dalí, Orson Welles, Alain Delon o Mick Jagger en la interpretación, y con Pink Floyd a cargo de la banda sonora. Nunca sabremos qué habría salido de apuesta tan ambiciosa y personalísima, porque no filmó un solo fotograma y el productor Dino de Laurentis acabó comprando los derechos sobre la novela en 1976. Para la dirección de este segundo intento eligió a Ridley Scott, pero éste declinó la oferta para centrarse en lo que terminaría siendo su obra maestra: Blade Runner.
Finalmente, De Laurentis contrató a David Lynch, un director que empezaba a despuntar; solo había rodado dos largometrajes, el segundo, El hombre elefante (1980), con buenos resultados, pero Dune sería el primero en color. Se enfrentaban a un reto en el que el productor italiano arriesgaba un presupuesto de 40 millones de dólares (una cantidad considerable para la época). Y el estadunidense (que conocía la novela, aunque no la había leído) no contribuyó a poner las cosas fáciles. Él mismo redactó un guion que se tradujo en un metraje de ocho horas, luego reducidas a cinco y, por último, a menos de tres para su exhibición pública. El resultado fue un fiasco en taquilla (apenas 31 millones de dólares) y una lluvia de críticas negativas. La razón del fracaso hay que buscarlo, sobre todo, en el montaje final y en la dificultad que entraña recrear la idea herbertiana en la gran pantalla mediante una sola película.
Hoy, las opiniones siguen divididas entre las que consideran a Dune una obra de culto y las que le achacan una estética barroca, un argumento enrevesado e inconexo y, en definitiva, un mal envejecer. Quienes hayan leído la novela quizá la puedan valorar mejor en su justa medida. En cualquier caso, guste o no, sigue siendo un referente del cine de ciencia ficción. Una película, en fin, que marcó el inicio de la colaboración entre Kyle MacLachlan y Lynch (Terciopelo azul, Twin Peaks) y que nos dejó anécdotas como la presencia del cantante Sting en un papel menor.