Frida Kahlo, pintora del dolor

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Foto de Guillermo Kahlo

  Tan solo el esbozo de unas flores en el pelo y unas cejas muy pobladas y el nombre de Frida Kahlo nos vendrá enseguida a la mente. Aquella mínima esquela de The New York Times: "Artista y esposa de Diego Rivera" queda en el olvido por su insignificancia y su brevedad. Hoy en día la pintora mexicana se ha convertido en todo un icono, una referencia que no requiere de aclaraciones maritales para ser destacada en el panorama artístico del siglo XX, incluso para ir más allá del mundo del arte, convirtiéndose en paradigma de la libertad.

Una mujer de fuerte carácter que utilizó el arte para exorcizar su dolor y descubrirse en su obra. Frida estudiaba medicina cuando tuvo un gravísimo accidente que la dejó postrada y con secuelas de por vida. Eso cambió su vida, su concepción del  mundo y de sí misma. Para que su obligado reposo se le hiciera más llevadero, su madre le construyó un caballete sobre la cama y le colocó un espejo, para que tuviese su reflejo como modelo. Su padre, fotógrafo de origen alemán, le dejó sus pinturas. Ahí nació la leyenda.

Frida nunca aceptó que calificaran su obra de surrealista. Decía que se limitaba a pintar lo que sentía y que las imágenes que poblaban sus cuadros no eran más que su propia realidad.

Me importaba una mierda lo que piense el mundo. Yo nací puta, yo nací pintora, yo nací jodida. Pero fui feliz en mi camino.

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