El verdugo (1963)
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Todo empezó cuando un amigo abogado que había asistido al ajusticiamiento de una rea de asesinato, le contó que el verdugo se había impresionado tanto que hubo que inyectarle un sedante y arrastrarlo hasta el lugar de la ejecución.
La imagen dejó huella en Luis García Berlanga, quien la utilizaría después para hacer la película más importante de su filmografía y una de las mejores de la historia del cine español.
En el centenario del nacimiento del cineasta valenciano, es hora de que recordemos El verdugo (DVD 6374) y la polémica a que dio lugar.
Visto en retrospectiva, el estreno de 1963 culminó una racha de grandes títulos —Bienvenido, Míster Marshall (1953), Calabuch (1956), Los jueves, milagro (1957), Plácido (1961)— con un nexo común: retratar las miserias de la sociedad española, desde un humor tragicómico. En una dictadura como la franquista, tal cosa comportaba también una crítica implícita del sistema al completo. De ahí que Berlanga no gustase a los guardianes de la ortodoxia política y moral, ni que sus películas escapasen a la censura gubernamental. A pesar de ello, no le faltaron los reconocimientos dentro y fuera de España (Plácido llegó a ser nominada al Óscar a la mejor película de habla no inglesa). Pero la aventura de El verdugo supuso un punto y aparte.
Argumento: José Luis, el empleado de una funeraria, conoce a Amador, un verdugo profesional en vías de jubilarse, con cuya hija Carmen mantendrá relaciones. Obligados a casarse, la falta de medios económicos para adquirir una vivienda fuerza a José Luis a solicitar la plaza vacante de su suegro, en el convencimiento de que nunca tendrá que ejercer el oficio. A partir de este planteamiento, o, mejor dicho, de su desenlace (la ejecución), Berlanga y Rafael Azcona, que ya habían trabajado juntos en Plácido, construyeron un guion al que Ennio Flaiano no aportó mucho más que los diálogos para la versión italiana.
El verdugo es un alegato contra la pena de muerte. La gracia —y el acierto— es que no se explicita por medio de gestos y diálogos grandilocuentes, sino haciendo uso de un humor negro, ácido e inteligente. Pero también es otras muchas cosas. Es la historia de un personaje que, superado por las circunstancias, se ve obligado a aceptar una profesión que le repugna. Es un relato agridulce de amor y muerte, de bienestar y pobreza, de esperanza y desengaño. Un espejo de la vulnerabilidad de la condición humana, de la indefensión e impotencia del individuo para escapar del rol que le ha sido adjudicado. Muestra, en fin, la sociedad española del desarrollismo franquista y la apertura a Europa: la burocratización, el peso de la religión, las influencias y el trapicheo, el machismo, el turismo incipiente... Desde este punto de vista, la película es un documento sociológico inestimable para entender la sociedad de principios de aquella década. Y una mirada nada complaciente a las tres instituciones que la presiden: el matrimonio, la familia, la muerte.
En este ocasión, el humor berlanguiano se volvió más amargo, cínico y crudo. Cierto que la muerte al garrote vil era un tema espantoso y funesto. Y, sin embargo, director y guionista se las apañaron para introducir elementos de comicidad. Lo suficiente para que, en un primer momento, pasaran la censura sin mayores contratiempos. Estos vinieron después, cuando El Verdugo fue invitada a la Mostra de Venecia del 63. Allí, se interpretó como una divertida farsa de humor negro, pero también como sátira irónica de la sociedad moderna (acepta la pena de muerte, pero no al encargado de aplicarla). En cambio, para el embajador español en Italia, la película era propaganda comunista antiespañola y un ataque al Régimen, justo a los pocos días de que dos anarquistas fueran ajusticiados al garrote vil. Dado que se trataba de una coproducción entre España e Italia, retirarla o prohibirla habría significado un escándalo internacional. El castigo cayó al estrenarse en España. No solo sufrió los tijeretazos de la censura, sino que la exhibición fue rápida y limitada, con presiones a los empresarios de las salas para que retirasen la cinta cuanto antes. Tampoco fue del agrado de los opositores al franquismo, por considerarla acomodaticia con el Régimen. Por contra, mereció el premio de la prensa en Venecia, la medalla del Círculo de Escritores Cinematográficos y otros diversos galardones nacionales e internacionales.
Un buen guion no es nada sin el adecuado elenco actoral. El verdugo se benefició de la presencia del veterano Pepe Isbert, de inconfundible voz y aspecto bonachón, quien asume el rol de Amador. Su hija Carmen es la actriz Emma Penella, premiada por este papel por el Sindicato Nacional del Espectáculo. Completa el trío protagonista Nino Manfredi, una imposición italiana; Berlanga hubiera preferido a José Luis López Vázquez para componer la imagen de hombre atrapado por las circunstancias, insuficiencia que disimula algo el doblaje en postproducción. A los tres se suma el habitual plantel de excelentes actores y actrices secundarias de aquellos años.
Le edición remasterizada digitalmente de la Mediateca subsana algunos —no todos— de los cortes de la censura franquista. Lo que no hay forma de recuperar son los cambios que se introdujeron voluntariamente en el guion original. Es el caso de la escena final. Explicaba Berlanga que la suya era más dura, pero que los productores y el coguionista italiano convencieron a Azcona de suavizarlo. Tampoco quedó contento del todo con la fotografía de Tonino Delli Colli (otro aporte italiano), especialmente en la crucial escena de la ejecución. Aun así, él mismo consideraba a El verdugo «una de las pocas [películas mías] que me gustan bastante». Y tú deberías darle una oportunidad como espectador, si no lo has hecho todavía.
Para saber más:
Balagué, Carlos. Con la muerte en los talones / El verdugo. Libros Dirigido, 1988
Ruiz Sanz, Mario. "El verdugo": un retrato satírico del asesino legal. Tirant Lo Blanch, 2003