La Biblioteca ULPGC visibiliza a escritoras ocultas tras un seudónimo
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Desde sus orígenes, uno de los propósitos del Espacio Violeta de la BULPGC, ha sido visibilizar la obra de las mujeres en las distintas áreas profesionales y artísticas. Y este año, para celebrar el Día de las Escritoras, damos un paso más hacia la igualdad y el reconocimiento, esta vez desde nuestro propio catálogo.
Son muchas las autoras que, por distintos motivos, se vieron obligadas a firmar con nombre masculino, y han pasado a la posteridad siendo reconocidas, únicamente, con ese nombre. Siguiendo la premisa de que lo que no se nombra, no existe, la BU ha decidido que sean los dos nombres los que aparezcan en la ficha que encontrarás cuando buscas un libro: el nombre masculino -posiblemente por el que has realizado la búsqueda- pero también el nombre real que quedó oculto tras el seudónimo.
Occidente únicamente conoce la historia contada por el Padre. Victoria Sendón
Por qué no publicar con su nombre
La literatura es el reflejo, uno más, de lo que sucede en una sociedad. Las mismas desigualdades, las mismas injusticias, la falta de paridad quedan representadas en la exigua presencia femenina en el canon literario y en los libros de texto. Teniendo en cuenta que la historia occidental es principalmente de autoría masculina, es fácil entender que la única posibilidad para que una obra fuese publicada, era usar un nombre masculino o uno ambiguo.
A partir del momento en el que la escritura se convirtió en profesión, las mujeres tuvieron muy difícil su acceso, ya que el espacio que les estaba destinado era el doméstico, no el laboral. Algunas utilizaron seudónimo para no exponerse públicamente, para evitar prejucios si publicaban contenido erótico o "poco apropiado para una dama", como ideas excesivamente progresistas o temas tabús. También hay quién ha preferido firmar solo con sus apellidos: Harper Lee o, más recientemente, Espido Freire.
Para publicar su saga de novela negra, la editorial le recomendó a J.K. Rowling cambiar su nombre por Robert Garlbraith con la finalidad de atraer a un público masculino, pues son varios los estudios que demuestran que los hombres leen menos literatura escrita por mujeres.
Historias detrás de un nombre
Las hermanas Brönte se convirtieron en Currer, Ellis y Acton Bell: sus historias y personajes no eran muy bien vistos y si firmaba una mujer, la censura era mayor. Fernán Caballero es en realidad, Cecilia Böhl de Faber; los nombres de André Ronsac o Miguel Arazuri escondían a Carmela Gutiérrez de Gambra y el de Víctor Catalá a Caterina Albert.
Muy conocida es hoy en día, Louise May Alcott, autora de Mujercitas, pero sus primeras obras las publicó como A.M. Barnard, ya que trataba temas como el incesto y el adulterio, asuntos inapropiados para una pluma femenina.
George Eliot, Mary Ann Evans, criticaba la obra de Jane Austen y de las hermanas Brönte, pues le parecía que caían "en el romanticismo vacuo y absurdo" y decidió utilizar un nombre masculino para asegurar que su trabajo fuera tomado en serio.
George Sand, tal vez una de las autoras más conocidas del XIX, cuyo nombre era Amantine Aurore Lucile Dupin de Dudevant, destacó como activista en favor de la clase obrera y de los derechos de las mujeres, también fue de las primeras escritoras en plantear en sus novelas la distinción entre el sexo biológico y el género.
María de la O Lejárraga García, más conocida como María Martínez Sierra, es otra de las mujeres que no han tenido el reconocimiento merecido: tras la reacción de su familia al publicar su primer volumen de cuentos, decidió firmar con el nombre de su marido y para él fueron los reconocimientos y los éxitos. Al fallecer este, una hija nacida fuera del matrimonio, reclamó los derechos de autor de su padre, a pesar de que él había firmado un documento donde reconocía que la obra era de su esposa. A partir de ahí, María empezó a firmar con su nombre, pero siguió utilizando los apellidos de su marido.
Son muchas las historias que hay detrás de un seudónimo, un nombre ambiguo, unas iniciales o el uso exclusivo de un apellido. El Día de las Escritoras, que este año celebramos el 19 de octubre, es una invitación a la reflexión, un momento para preguntarnos si están lo suficientemente representadas en los libros de texto, en el canon literario, en nuestras listas de lecturas. Si la respuesta es no, tal vez sea día apropiado para cuestionarnos si nos estaremos perdiendo algo al no "escuchar" sus voces.